Conductores profesionales: la esclavitud silenciosa del siglo XXI. Opinión

Ser conductor profesional no es simplemente sentarse tras un volante y mover mercancías de un punto A a un punto B

Ser conductor profesional no es simplemente sentarse tras un volante y mover mercancías de un punto A a un punto B

Al correo electrónico de Diario de Transporte (diariodetransporte@gmail.com), nos ha enviado su opinión Manuel M.A. un conductor profesional que no quiere aportar más datos sobre su identidas, que nos pide que publiquemos lo que piensa sobre la situación de su profesión, que reproducimos a continuación:

«Ser conductor profesional no es simplemente sentarse tras un volante y mover mercancías de un punto A a un punto B. Es mucho más que eso. Es vivir encerrado en una cabina de lata de 2×2 metros durante días, semanas, a veces meses. Es tragarse la vida a solas, viendo pasar la carretera por el parabrisas mientras tu familia, tus hijos, tu hogar… todo lo que debería ser tu vida, sigue sin ti.

Esta profesión, que sostiene a países enteros, está siendo devorada por una realidad cruda e innegable: la explotación laboral descarada, la inseguridad constante, la inestabilidad de los puestos de trabajo, y una total indiferencia por parte de las autoridades, los sindicatos y, por desgracia, de la propia sociedad.

Nos llaman «profesionales», pero lo que vivimos se parece más a una esclavitud moderna que a una carrera digna. Jornadas interminables, horarios imprevisibles, normas que se aplican con dureza a los de siempre y flexibilidad para los de arriba. Dormimos mal, comemos peor. Desayunamos solos, comemos solos, cenamos solos. En una cabina fría, estrecha, donde el silencio pesa más que el camión que conducimos.

Mientras tanto, la conciliación familiar es solo una palabra bonita que no existe para nosotros. No estamos cuando nuestros hijos aprenden a caminar, cuando cumplen años, cuando tienen miedo por la noche. No estamos para acompañar, para cuidar, para construir un hogar. ¿Cómo podríamos, si no podemos organizar ni siquiera nuestras propias vidas? Vivimos al dictado del tacógrafo, del GPS, de la carga y la descarga. De los caprichos del cliente y de la desidia del patrón.

Y aún así, la imagen que la sociedad tiene de nosotros es la de vagos, alcohólicos, drogadictos. Se nos juzga sin conocernos, sin saber la soledad, la presión, la ansiedad y el agotamiento que arrastramos kilómetro tras kilómetro. Nadie ve los sacrificios que hacemos para que no falte comida en los supermercados, medicamentos en los hospitales, materiales en las fábricas. Con lluvia, con nieve, con temperaturas bajo cero o en medio de olas de calor, ahí estamos. Cumpliendo. Sosteniendo la economía desde la sombra.

¿Y qué recibimos a cambio?

Olvido. Desprecio. Condiciones laborales miserables. Salarios que no compensan el desgaste físico, mental y emocional. Una legislación que no nos protege. Un sistema que nos utiliza, nos exprime y nos tira.

Somos un gremio roto, agotado, pero también resignado. Nos falta unidad, nos falta voz, nos falta valor para decir «basta». Porque si un día paramos de verdad, el país se paraliza. Pero nos hemos acostumbrado al silencio, al sufrimiento, a bajar la cabeza y seguir adelante.

Es hora de alzar la voz. De exigir dignidad. De dejar de ser esclavos del volante y recuperar lo que se nos ha negado durante tanto tiempo: respeto, seguridad, estabilidad, y sobre todo, humanidad».

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