En el sector del transporte discrecional de viajeros por carretera, una problemática en apariencia menor ha ido ganando peso en la convivencia laboral: la limpieza de los autocares. Lo que podría parecer una cuestión operativa ha derivado en enfrentamientos entre trabajadores, presiones encubiertas de algunas empresas y un vacío legal que afecta directamente al bienestar del personal.
El conflicto: ¿Quién limpia el autocar?
La mayor parte de los convenios colectivos del transporte de viajeros por carretera en España no incluyen entre las funciones del conductor la limpieza del vehículo. Esa tarea corresponde, salvo excepciones, a personal de limpieza o lavacoches. Algunos convenios provinciales, como los de Vizcaya o Jaén, recogen casos puntuales en los que el conductor puede realizar una «limpieza ligera» del interior del vehículo. Pero en la mayoría de los casos, la limpieza no está contemplada como obligación del conductor.
No obstante, en contextos excepcionales como los viajes de uno o varios días donde el autocar permanece fuera de la base, puede entenderse por «fuerza mayor» que el conductor realice un mínimo mantenimiento de limpieza, como la retirada de botellas de plástico vacías de agua, papeles o envoltorios de snacks. Este tipo de actuaciones puntuales tiene como único fin mantener un entorno higiénico durante el servicio, pero no puede confundirse con una limpieza estructural del vehículo. Y, por supuesto, nunca debe implicar que, estando el autocar en la base, el conductor se haga cargo de tareas de limpieza, ya que en ese contexto, la responsabilidad recae directamente en la empresa.
Coacciones silenciosas: la empresa como actor invisible
Pese a la claridad del marco legal, algunas empresas ejercen presiones encubiertas sobre sus conductores para que limpien los autobuses, ya sea antes o después del servicio. Se trata de una forma de coacción indirecta: no se da una orden explícita, pero se generan incentivos negativos para quien se niega. Se tolera que unos conductores limpien voluntariamente y se deja que estos “señalen» con sus actos a los que no lo hacen. La dirección, mientras tanto, guarda silencio, pero permite que el conflicto crezca.
Una estrategia común utilizada por algunas empresas para alimentar este conflicto y aprovecharse de él es la rotación frecuente de conductores por distintos vehículos de la flota. Esta táctica provoca que quienes limpian con regularidad se encuentren con vehículos que otros compañeros no han limpiado, lo que genera malestar, quejas y críticas mutuas. En lugar de promover un sistema claro y justo de limpieza profesional, la empresa fomenta indirectamente la rivalidad entre trabajadores, esperando que se vigilen entre ellos y se responsabilicen mutuamente, diluyendo su propia responsabilidad como empleadora.
Esta actitud no es casual. Las empresas, al delegar de forma encubierta la limpieza en los conductores, ahorran costes en personal de limpieza, reducen tiempos de parada y externalizan una función que les corresponde. Este ahorro empresarial se produce a costa del tiempo, la dignidad y la salud de los conductores, que no están formados ni contratados para esa labor. En la práctica, se les está imponiendo una carga laboral no reconocida ni remunerada.
Inconcebible jornada laboral: 15 horas al volante y luego, a limpiar
Es absolutamente inconcebible e inaceptable que un conductor que ha estado trabajando durante 14 o incluso 15 horas, tal como queda registrado en su tacógrafo digital, deba terminar su jornada laboral en la base o cocheras teniendo que limpiar el autocar. Esta práctica no solo es una sobrecarga laboral injustificable, sino que también compromete la salud física y mental del trabajador.
Con total indiferencia por parte de la empresa, se espera que el conductor, tras una extenuante jornada de conducción y responsabilidad sobre vidas humanas, aún tenga energía para dejar el autocar listo y limpio para que al día siguiente él mismo o un compañero pueda iniciar un nuevo servicio. Esto sucede diariamente en muchas empresas, sin que se contemplen compensaciones, reconocimientos ni medidas correctoras.
La empresa elude así su obligación de contratar personal de limpieza, generando una situación claramente abusiva y de alto riesgo, en la que el trabajador soporta una carga adicional sin protección legal ni respaldo institucional.
Faltan controles efectivos: una administración ausente
Uno de los aspectos más preocupantes de esta situación es la ausencia de controles eficaces por parte de la Inspección de Trabajo. Basta visitar cualquier base de una empresa de transporte discrecional a primera o última hora del día para observar una realidad tan evidente como irregular: conductores con mangueras, cepillos, fregonas y limpiacristales en mano, limpiando los autocares como si fuera parte habitual de su jornada laboral.
A pesar de que los convenios colectivos no recogen estas tareas como parte de sus funciones, las administraciones hacen la vista gorda. Y lo que es peor: muchas de estas empresas ni siquiera tienen contratado personal de limpieza o lavacoches en su plantilla. Es decir, si no hay personal de limpieza contratado y los autocares están limpios cada día, ¿quién los está limpiando?
Debería existir un ratio mínimo obligatorio de personal de limpieza por número de vehículos y conductores contratados. Esta carencia no solo evidencia la precariedad laboral en el sector, sino también el desentendimiento y pasividad de la Administración, que no actúa ante una situación visible y sistemática. El problema no está escondido: está a la vista de todos.
División entre compañeros: orgullo personal vs. derecho laboral
En este contexto, surgen conductores que, por iniciativa propia, limpian los autocares. Lo hacen porque se sienten mejor trabajando en un entorno limpio, por compromiso profesional o incluso por presión social. Sin embargo, el problema aparece cuando esa limpieza se convierte en una herramienta de comparación, humillación o señalamiento hacia quienes deciden no hacerlo. Algunos incluso lo publican en redes sociales como TikTok, mostrando su «buen hacer» mientras etiquetan implícitamente a los demás como «guarros».
Este comportamiento no solo es insolidario, sino que legitima la estrategia de la empresa: al exhibir públicamente su «orgullo por limpiar», refuerzan la idea de que esa tarea puede formar parte del rol del conductor, y al mismo tiempo, generan presión social sobre sus compañeros. Lo que debería ser una decisión personal se transforma en un mecanismo de control informal y de juicio hacia los demás, debilitando la unidad del colectivo.
Lo que dice la ley (y lo que no dice)
La ley es clara: la limpieza del vehículo es responsabilidad de la empresa, que debe garantizar un entorno seguro y salubre tanto para trabajadores como para viajeros. Según la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y la normativa sanitaria general, corresponde a la empresa organizar y asumir esa carga, no al conductor.
Por tanto, coaccionar, presionar o sugerir de manera indirecta que los conductores deben limpiar sin que eso esté pactado en el contrato o convenio puede ser considerado una infracción laboral.
¿Cómo actuar ante esta situación?
Lo primero es distinguir entre lo voluntario y lo obligado. Si un conductor decide limpiar su autocar por elección personal, debe entender que eso no convierte esa acción en norma ni obliga a sus compañeros a imitarle. Lo que puede parecer una muestra de responsabilidad se transforma en un problema cuando se usa para menospreciar o dividir al equipo.
La solución pasa por:
Exigir a la empresa que cumpla con su obligación de mantener los vehículos limpios.
Denunciar ante la Inspección de Trabajo cualquier presión directa o indirecta para realizar tareas fuera del puesto.
Fomentar la unidad entre trabajadores y evitar señalamientos públicos en redes.
Reivindicar condiciones laborales claras, con tareas definidas y respetadas.
Reclamar un control institucional más riguroso, que contemple ratios de personal de limpieza según flota y plantilla.
Conclusión
La limpieza de un autocar es una cuestión de salud, seguridad y organización. No debe ser un motivo de conflicto entre compañeros ni una herramienta de presión empresarial. Cuando las funciones están claras y se respetan, el ambiente mejora, el trabajo se dignifica y los servicios se prestan con mayor calidad. El respeto empieza por el reconocimiento mutuo y el cumplimiento justo de las responsabilidades. Y también por una Administración que se responsabilice de hacer cumplir la ley que ella misma legisla.
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