En el Día del Servicio Público de las Naciones Unidas, la Federación Europea de Trabajadores del Transporte (ETF) rindió homenaje al papel fundamental que desempeñan los servicios públicos en la construcción de sociedades más justas, ecológicas y resilientes. Pocos servicios públicos son más esenciales o menos comprendidos que el ferrocarril. Como eje central de la movilidad sostenible, la cohesión social y la integración territorial, el ferrocarril no es simplemente un medio de transporte. Es un bien público. Un activo compartido. Una herramienta estratégica para la acción climática y la justicia social.
Durante años, la Comisión Europea ha señalado a Suecia como el modelo de cómo la liberalización podría modernizar este servicio esencial. Suecia fue el primer país europeo en desagregar su sistema ferroviario, separando la gestión de la infraestructura de la operación y abriendo a la competencia todos los aspectos: transporte de mercancías, servicios regionales y rutas de larga distancia.
Se esperaba que las fuerzas del mercado propiciaran una mayor eficiencia, menores costes y un mayor desplazamiento de pasajeros y mercancías al ferrocarril.
Pero un nuevo informe del think tank sueco Katalys, « Reformas de mercado al final del camino: Cómo creamos un ferrocarril funcional para la década de 2030 » (traducción automática), presenta una historia muy diferente. Confirma lo que ETF y nuestras filiales en toda Europa llevan años afirmando: la liberalización no ha dado resultados. En cambio, ha socavado un servicio público otrora sólido en nombre de la ideología de mercado.
A pesar de décadas de competencia y apertura del mercado, la cuota modal del transporte de mercancías por ferrocarril en Suecia se ha estancado en torno al 18%, muy por debajo de las ambiciones nacionales y del objetivo del 30% de la UE para 2030. El transporte por carretera sigue dominando, socavando los objetivos climáticos y generando congestión, contaminación y riesgos para la seguridad vial. La transición prometida de la carretera al ferrocarril simplemente no se ha materializado. Observamos una situación similar en el resto de Europa.
En el transporte de pasajeros sueco, la cuota modal del ferrocarril ha crecido solo ligeramente en 15 años, del 8,1 % en 2008 al 9 % en 2023. Al mismo tiempo, el dinero público sigue fluyendo al sistema, pero se utiliza cada vez más para subvencionar a operadores privados en lugar de invertir en infraestructura pública o en la calidad del servicio.

En el transporte de pasajeros, las rutas principales rentables han sido seleccionadas por empresas privadas, a menudo empresas estatales extranjeras, mientras que los servicios regionales, con pérdidas, siguen dependiendo de las subvenciones públicas. Los riesgos corren por cuenta del contribuyente, mientras que los beneficios se extraen y se distribuyen en otros lugares. Esto no es eficiencia; es explotación.
La fragmentación de responsabilidades en los ferrocarriles ha tenido graves consecuencias para la fiabilidad y la resiliencia: la puntualidad se ha visto afectada, la coordinación durante las interrupciones ha empeorado y la capacidad estratégica de Suecia para responder a las crisis, ya sean climáticas, económicas o geopolíticas, se ha visto erosionada.
Los trabajadores ferroviarios han sido los más afectados por este modelo. La experiencia sueca está marcada por disputas, deterioro de las condiciones laborales y creciente precariedad. Desde la huelga de Veolia en 2014 hasta el prolongado conflicto de Arriva de 2019 a 2021, los trabajadores han luchado para proteger sus derechos en un entorno donde los contratos cambian de manos, las condiciones se ven socavadas y la reducción de costes prima sobre la calidad y la seguridad. Esto no es casualidad. Es el resultado estructural de un sistema que prioriza la competencia sobre la cooperación y el coste sobre el valor.
Como deja claro el informe de Katalys, este enfoque no solo perjudica a los trabajadores, sino también a la ciudadanía. El ferrocarril no es un mercado más. Es un servicio público crucial. Proporciona movilidad asequible, conecta comunidades, apoya el desarrollo regional y sustenta la estrategia climática. Sin embargo, bajo el modelo liberalizado, Suecia ha perdido la capacidad de planificar, coordinar e invertir con el bien común en mente.
El informe exige un cambio decisivo: una reevaluación de los efectos de la liberalización, la reintegración de las operaciones donde la fragmentación ha perjudicado el rendimiento y el retorno a la propiedad pública y al control democrático. Fundamentalmente, aboga por un nuevo Libro Blanco que sitúe los valores del servicio público, en lugar de los mecanismos de mercado, en el centro de la política ferroviaria. Estas no son meras recomendaciones técnicas, sino necesidades éticas y políticas.
ETF ha argumentado constantemente que el ferrocarril, como todos los servicios públicos, debe diseñarse y gestionarse en beneficio del público. Un sistema ferroviario eficaz no puede construirse con contratos fragmentados e incentivos lucrativos. Debe sustentarse en una inversión estable, una mano de obra cualificada y con un trato justo, y una misión clara de servir a la sociedad, no a los accionistas.
En este Día del Servicio Público de las Naciones Unidas, celebran los trabajadores que mantienen nuestros ferrocarriles en funcionamiento, a menudo ante la creciente presión, la inseguridad y la falta de inversión. Reafirmamos nuestra convicción de que los servicios públicos, incluido el ferrocarril, no son mercancías. Son los cimientos de la vida democrática. Deben ser protegidos, fortalecidos y mantenidos con orgullo en manos públicas.
Suecia se presentó como el ejemplo perfecto de ferrocarril liberalizado. La realidad ahora representa una dura advertencia: si el modelo insignia ha fracasado, el modelo mismo debe ser cuestionado. Es hora de que Europa cambie de rumbo, alejándose de la fragmentación y la mercantilización, y avanzando hacia un sistema ferroviario integrado, público y socialmente justo, preparado para el futuro.
Porque el ferrocarril es un servicio público. Y los servicios públicos merecen el compromiso público, no la explotación privada.
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