
¡Ey Tecnófilos!
Amancio Ortega no necesita discursos grandilocuentes ni altavoces mediáticos. Su forma de comunicarse no es verbal ni escrita, sino práctica. Él habla con hechos, dejando que sus actos sean el único testimonio de sus valores, de su ética y de su visión. Es el rey indiscutible del antipostureo, ese raro espécimen que en un mundo plagado de narcisismo y egocentrismo, elige caminar por la senda del silencio y la humildad. Su ego, lejos de ocupar un pedestal, está a la altura del betún, demostrando que no necesita alimentarlo con premios, aplausos ni reconocimientos.
Nunca ha necesitado colgarse medallas ni recibir premios para reafirmarse. Sabe quién es, lo que ha logrado y lo que ha aportado. Por eso rechaza todo tipo de galardones: desde los títulos de hijo predilecto hasta los doctorados honoris causa. No porque los desprecie, sino porque no los necesitan. ¿Qué mejor premio que la conciencia tranquila? ¿Qué mayor recompensa que saber que su trabajo ha generado empleo, prosperidad y futuro para miles de personas?.
Amancio Ortega nunca se ha pronunciado políticamente. No se le conoce filiación ni favoritismos. Ha construido un imperio desde Galicia para el mundo, y lo ha hecho sin banderas partidistas, pero con un amor profundo y genuino por su tierra, por España y por sus raíces. Su comunicación es la del silencio que retumba con más fuerza que los gritos: el hospital que dona equipos médicos avanzados, la ayuda inmediata a catástrofes como la DANA de Valencia, la investigación contra el cáncer que financia. Estos gestos no son postura; son la prueba irrefutable de su compromiso con los demás.
Amancio es un antihéroe en toda regla. Nunca buscó el foco, ni lo necesitó. Durante décadas, su rostro era tan desconocido que podía entrar en sus propias tiendas o pasear por las calles de La Coruña sin ser reconocido. Incluso ahora, con toda su notoriedad involuntaria, sigue alejándose del circo mediático. No da entrevistas, no escribe libros ni participa en tertulias. Su historia no necesita narradores porque se cuenta sola.
Su éxito no nació del azar ni de los atajos, sino del trabajo incansable, del largo plazo y de un esfuerzo continuo. Ortega representa todo lo opuesto a esta sociedad de recompensas inmediatas, en la que muchos prefieren la fama efímera al respeto duradero. Es el símbolo de la paciencia, de los valores sólidos y del amor por hacer bien las cosas, sin buscar el aplauso fácil. Su ego, o más bien su ausencia de él, le permite trabajar y donar desde las sombras, sin buscar protagonismo.
Es también el objetivo recurrente de quienes critican sin comprender. Los indocumentados de turno, cómodos detrás de un teclado, se arremeten contra su fortuna mientras se benefician, consciente o inconscientemente, de la prosperidad que esta genera. Critican sus donaciones millonarias a la sanidad, como si salvar vidas fuera de algo reprochable. Hablan de privilegios, ignorando el esfuerzo que requiere construir un imperio textil desde la nada. Pero Amancio no responde a estas voces, porque sabe que el ruido se apaga y los hechos permanecen.
En un mundo lleno de héroes de cartón piedra, Amancio Ortega es el antihéroe que no necesita capa, solo conciencia. Es el empresario que habla sin palabras, el filántropo que dona sin buscar titulares y el gallego universal que representa los valores que deberíamos aspirar a recuperar: trabajo, humildad, compromiso y lealtad a lo que de verdad importa. Su ego, si alguna vez lo tuvo, está firmemente anclado a la altura del betún, un lugar desde el que se puede construir y no simplemente aparentar .
¡Se me tecnologizan!




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