Tú sigue criticando a Ortega… Opinión

”España, el País donde Criticar al que dona es Deporte Nacional”

”España, el País donde Criticar al que dona es Deporte Nacional”
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José Antonio Ferreira Dapía. Revolucionando el networking y la tecnología en movilidad y gestión de flotas en eventos como Tech4Fleet y Top Flotas
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Parece que en esta tierra nuestra, tan rica en historia y tan necesitada de progreso, se ha vuelto costumbre criticar al que hace el bien. Sí, hablamos de Amancio Ortega, el hombre que, tras haber donado una suma inicial de 4 millones de euros a Cruz Roja y Cáritas por las devastadoras consecuencias de la DANA en Valencia, decide multiplicar su ayuda hasta los 100 millones para apoyar a los damnificados. . Pero en vez de admiración, lo que recoge son toneladas de comentarios amargos de esos a los que podríamos llamar «ingenieros de sofá», «repartidores de moral ajena» o, más simple y directo, «indocumentados» de la talla de una nuez. Y no, no hablo de los que se informan, piensan, sopesan y analizan, sino de esa especie en auge de «simple minds» que arremeten sin pestañear contra todo aquel que no calce sus chanclas ideológicas.

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En el país de las maravillas al revés, Ortega no puede donar porque, según estos, «es multimillonario y debería hacer más», o «no debería donar porque su dinero tiene una supuesta mancha de codicia». Ahí tenemos el problema, tecnófilos: España sufre una epidemia aún más silenciosa y corrosiva que cualquier depresión atmosférica aislada. Hablamos de la envidia endémica, de esa que encoge corazones y agranda bocas, de esa que en vez de animar al logro, aplasta a todo el que se atreva a destacar.

¿Acaso Ortega tiene la culpa de haber amasado su fortuna con años de esfuerzo y, de paso, haber dado empleo a cientos de millas de personas en su vida? Parece que, en vez de una razón para aplaudir, eso le convierte en el villano perfecto para aquellos que, a la sombra de su teclado, desatan su rabia en forma de comentarios tan mal fundamentados como, bueno, como sus ideas. Y ahí nos encontramos, presenciando cómo el mismo país que aplaude a gritos cuando un corrupto evade condenas, escupe en el esfuerzo sincero de quien simplemente intenta ayudar.

Aquí, queridos lectores, lo trágico no es Ortega ni su donación —que podríamos catalogar como histórica—. No, lo realmente preocupante es la cultura de hostilidad hacia la generosidad, un fenómeno paradójico y casi ridículo que solo florece en la ignorancia. España es un país que crucificaría al mismísimo Jesús de Nazaret, y no por sus pecados, sino porque se atrevió a hacer el bien sin pedir nada a cambio. Los que aplaudieron su crucifixión entonces serían los mismos que hoy critican a Ortega.

A esos, señores, les falta algo fundamental: sentido común y, ya que estamos, sentido de la proporción. Ortega no tiene ninguna obligación de donar nada, ningún imperativo moral o legal que lo fuerce. Pero lo hace porque le da la gana, porque cree que es lo correcto y porque, en definitiva, cuando uno alcanza cierto éxito, a veces ve más allá de sus propios intereses y actúa por un bien común. Eso, en teoría, debería ser motivo de respeto, admiración, hasta de inspiración. Pero no, aquí hay que despojar el acto, buscar las fallas y exponer lo oscuro antes de siquiera reconocer el mérito.

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¿Por qué? Porque en el fondo, estos personajes «de salón» lo que detestan no es que Ortega haya hecho, sino que puedan existir personas capaces de aportar su riqueza para ayudar a otros. Así de sencillo, y así de triste. Es como si el acto de dar destapara una herida en su frágil ego, grabándoles, sin que él lo pretenda, todo lo que nunca llegarán a hacer. Porque donar, en esta magnitud, requiere mucho más que dinero: requiere una visión, un propósito, algo que, evidentemente, algunos no llegarán a comprender jamás.

Y mientras tanto, esos mismos, en su esquina digital, seguirán criticando sin levantar un dedo para ayudar. Ni donarán un euro, ni construirán nada valioso, ni aportarán más que ruido. Pero eso sí, estarán ahí, siempre prestos a vociferar su «indignación» contra el bien ajeno. Este país necesita más Amancios y menos «indignados de Internet», porque mientras los primeros construyen, los segundos solo destruyen.

¡Vamos a intentar aprender algo!. Quizás lo que realmente necesitamos no son menos Amancios donando, sino menos bocas que hablen sin saber. Porque el problema no es que Ortega haya hecho mucho o poco; el problema es la incapacidad de ciertos sectores para aceptar que alguien se atreva a hacer algo que ellos, con su mente pequeña y sus prejuicios grandes, jamás se atreverían ni a intentar.

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España no necesita más gritos vacíos. Necesita hechos, necesita valentía y, sobre todo, necesita aprender a aplaudir a quien hace el bien. Quizás cuando lo entendamos, podamos construir un país donde hacer el bien no sea motivo de crítica, sino de inspiración.

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