Opinión

La magia de la radio en el camión. La opinión de Salvador Egea Llull

La magia de la radio en el camión. La opinión de Salvador Egea Llull
Imagen de La magia de la radio en el camión.
La magia de la radio en el camión. La opinión de Salvador Egea Llull

Suena el móvil, es el jefe, ya tiene el viaje preparado, cargas en el punto A, con destino al punto B, entre ambos, cuatro números que conforman el total de los kilómetros que recorrerás hasta destino si la providencia nos acompaña y se nos permite el regreso al hogar.

Llego al camión, introduzco la llave y arranco, solo se escucha el rugir del motor mientras que coge algo de temperatura y hace aire. Acomodo mis enseres, tomo asiento, abrocho mi cinturón y meto marcha aún siendo automático, sigo nostálgico de sentir que tengo yo el control.

Si abro la ventana el sonido del tacto del neumático junto con el asfalto es mas audible, así como el propio viento cortado por mi tractora al avanzar. Cada viaje es duro, sea cual sea el mismo y se realice como se realice. Desde quien viaja a pie gastando suela de zapatilla, hasta quien quema queroseno en su jet privado. Entre ambos habrán muchas diferencias, pero algo hay en común, un recorrido, un viaje, y en el mismo, un tiempo.

Los tiempos cambian más rápido que algunos políticos de ideales, tiempo que lento transcurre cuando largas horas conduces o largas horas esperas. Hubo una época demasiado larga si la observo desde los días de hoy, en la que en el camión no disponía de radio, ésta no funcionaba, y el jefe, nunca se acordaba de cambiarla, o eso decía el, porque de pasarme carga para salir el domingo si se acordaba.

Sea como fuere y al margen de los errores cometidos por uno mismo en el pasado, la solución pasó rápido por un altavoz portátil y el móvil. Así hasta que para que el jefe me solventara la ausencia de radio en el camión, otro compañero debió tener un alcance saliendo ileso del mismo el, pero no la tractora. De la cual se aprovechó todo lo aprovechable, al igual que un cerdo en época de matanza. Hasta que tras casi 2 años al fin llegó la radio.

En los tiempos actuales saturados de información, de conexiones, de móviles, de internet, de plataformas de audio, de video…, algo que está bien, hoy podemos elegir, qué escuchar y cuándo escuchar, que ver y cuándo.

Ahora bien, la vieja y clásica radio nunca muere, ese aparato que acompaña a todo aquel que se coloca frente al volante y se dispone a pisar el acelerador hacia su destino. La soledad es buena, es necesaria, pero no se le debe dar excesivas alas, se le debe mantener a raya. Para ello, aun disponiendo de tecnología para paliar la misma, la vieja radio siempre cumple con su papel y nos hace compañía cada día.

No importa que emisora sintonices, que música escuches, que programas..., importa que sin ella, nos volveríamos locos más de uno. Tampoco importa en que país estás, siempre viene bien oír alguien al otro lado, hable alemán, español, holandés. No entiendes nada, pero entiendes que siempre es mejor eso que la voz del pensamiento. Quizás apenas se le de importancia al maravilloso aparato de las ondas puesto que actualmente todo es mejor que antaño, más rápido, más cómodo, más y más…

Pero pese a todos los modos que podemos tener para combatir las charlas con nuestra voz mental en el desidio que en ocasiones se tornan los trayectos, la radio estará ahí para recordarnos que no estamos solos. Que alguien al otro lado de un micrófono hará el papel de acompañante, será una voz amiga que recorra con nosotros los restantes kilómetros a destino.

Desde aquí alguien que no solo creció en la cabina del camión y aprendió el oficio, también gracias al mismo y gracias a mi abuelo que siempre escuchaba la radio a todas horas y me la inculcó involuntariamente, escribo esto a forma de oda a la magia de la radio.

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