Dietas de miseria, dignidad aparcada: la gran injusticia de los conductores asalariados. La opinión de Juan José Salamanca

Sin conductores asalariados no hay supermercados abastecidos, no hay fábricas con materia prima, no hay exportaciones.

Sin conductores asalariados no hay supermercados abastecidos, no hay fábricas con materia prima, no hay exportaciones.
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  1. El cálculo que no engaña

Hagamos números, los mismos que hace cualquier conductor asalariado cuando arranca la semana de ruta. Dormir en un hotel mínimamente aceptable, de esos que apenas alcanzan las tres estrellas, no baja de los 50 o 60 euros por noche. Comer un menú de carretera o en un restaurante de polígono ronda entre 15 y 18 euros. Un desayuno completo, café y algo más que una tostada, se mueve entre 6 y 10 euros.

La suma es sencilla: entre 70 y 90 euros diarios para descansar, desayunar, comer y cenar. Nada de lujos, solo lo mínimo indispensable para afrontar jornadas largas al volante.

Ahora comparemos con la dieta diaria que fijan muchos convenios colectivos: ≈50–55 euros al día como máximo. La cifra está ahí, en tablas sindicales, anexos provinciales y topes fiscales. Una diferencia evidente: entre lo que cuesta realmente sobrevivir en ruta y lo que se paga por ello hay un agujero de 20 a 40 euros diarios.

Ese agujero no lo cubre la empresa, lo cubre el trabajador. Con su bolsillo.

  1. La litera frente al hotel: dos mundos opuestos

No hay que ser transportista para entender la diferencia. Una habitación de hotel nacional, por modesta que sea, ofrece cama limpia y firme, ducha de agua caliente, climatización, toallas, un entorno de silencio y seguridad. Dormir allí significa descansar de verdad, recuperar fuerzas para volver a la carretera con reflejos intactos y la mente despejada.

Ahora bien, cuando la dieta no llega, muchos conductores no tienen otra opción que recurrir a la litera del camión. Una superficie estrecha y dura, en un espacio reducido que apenas permite ponerse de pie. Sin ventilación adecuada en verano, con frío en invierno, sin acceso a un baño digno salvo el de una estación de servicio. El descanso se interrumpe con ruidos, luces, movimientos alrededor del área de servicio. Y lo peor: la sensación de estar trabajando y durmiendo en el mismo sitio, como si el camión fuera cárcel rodante.

Dormir en cabina no es un “beneficio” ni un “ahorro”. Es un castigo encubierto que mina la salud física y mental de quienes lo sufren.

  1. El espejismo de las dietas

La dieta debería ser un concepto claro: dinero para compensar los gastos que un trabajador no puede evitar al trabajar fuera de casa. Pero en el transporte se ha convertido en un espejismo salarial.

Muchos chóferes creen que la dieta “forma parte del sueldo” porque la ven en su nómina. Nada más lejos.

  • No es salario: las dietas deben aparecer desglosadas y justificadas, no camufladas como otros conceptos.
  • No cotizan a la Seguridad Social: lo que significa que no computan para la futura pensión de jubilación.
  • No son ahorro: se gastan íntegramente en manutención y alojamiento, y cuando no llegan, en carencias.

Es un engaño emocional: la nómina parece más alta, pero el dinero no se queda en el bolsillo del trabajador ni se convierte en derechos sociales.

  1. El espejo incómodo con otros sectores

Imaginemos por un momento que aplicáramos las mismas condiciones a otros profesionales:

  • ¿Aceptaría un directivo viajar a otra ciudad para una reunión y dormir en el asiento trasero de su coche porque la empresa no cubre hotel?
  • ¿Aceptaría un empleado de oficina costear parte de su menú diario porque el vale restaurante no alcanza?

La respuesta es obvia: no. Sin embargo, en el transporte por carretera esta práctica se ha normalizado. Tanto, que ya casi nadie se escandaliza de que un chófer asalariado pase la noche en la litera del camión.

El transporte no puede seguir siendo el sector donde se toleran las condiciones que en cualquier otra profesión serían impensables.

  1. Convenios obsoletos, precios reales ignorados

La raíz del problema está en los convenios colectivos. Muchos siguen fijando dietas que no reflejan los costes actuales de hoteles, restaurantes y manutención en ruta nacional. Hablar de 30, 40 o 50 euros diarios cuando un hotel básico ya supera los 50 por sí solo es ignorar la realidad de los precios.

Mientras tanto, la inflación, el encarecimiento de la hostelería y los costes de energía han disparado los importes reales. Pero las tablas de dietas permanecen congeladas. Resultado: el conductor financia con su sueldo lo que la empresa se ahorra.

  1. Una comparación polémica: inmigración y recursos públicos

El debate se enciende aún más cuando se comparan las cifras de dietas con otros gastos públicos. En programas de televisión y en declaraciones oficiales se han citado cifras como esta:

  • 239 euros diarios por menor no acompañado en Baleares, según Guillermo Sánchez, presidente del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales.
  • En otros informes, el coste se sitúa en torno a 4.400 euros mensuales, es decir, unos 147 euros diarios por plaza.

Evidentemente, este gasto incluye manutención, alojamiento, atención educativa, sanitaria y social. No es una “paga directa”. Pero la comparación aritmética golpea con fuerza en el ánimo del conductor asalariado: él, cotizante, apenas recibe 50 euros de dieta nacional, mientras ve que mantener a un menor tutelado puede costar al Estado entre 147 y 239 euros diarios.

La sensación es clara: “Para mí no hay suficiente, pero con mis impuestos sí hay suficiente para los que vienen de fuera”.

No se trata de enfrentar colectivos vulnerables, sino de evidenciar el agravio: si el Estado reconoce que dar alojamiento y manutención dignos cuesta más de 150 euros diarios, ¿Cómo puede la empresa pretender que el conductor lo resuelva con 50? ¿Y en internacional por 70 u 80?

  1. El coste real de la dignidad

Si calculamos el gasto real que supone cubrir dignamente a un conductor en ruta nacional:

  • Hotel básico: 55–60 €
  • Desayuno: 7 €
  • Comida: 16 €
  • Cena: 16 €

Total: 94–99 € diarios.

Frente a esto, la dieta media de 50–55 € es insuficiente. No se trata de lujos, sino de dignidad: una cama de hotel, un plato de comida decente, una higiene mínima.

  1. La trampa de la cabina

Algunas empresas lo venden como “comodidad”: “el camión ya viene con litera”. Pero no, la cabina no es un hotel. Es un espacio pensado para emergencias, no para convertirlo en vivienda permanente.

  • Condiciones físicas: calor sofocante en verano, frío en invierno, falta de ventilación.
  • Condiciones higiénicas: ausencia de ducha y baño adecuados.
  • Condiciones psicológicas: aislamiento, estrés, sensación de precariedad.

Un conductor que duerme mal es un conductor que pone en riesgo su salud y la seguridad vial. No es solo un problema de bienestar, es también de seguridad colectiva

  1. Propuestas claras y realistas

El sector necesita soluciones inmediatas y viables:

  1. Indexación de dietas al mercado real. Que se actualicen automáticamente según los precios medios de alojamiento y manutención en cada provincia o según el IPC hotelero.
  2. Hoteles concertados. Que las empresas firmen acuerdos con cadenas hoteleras y restaurantes en rutas habituales para garantizar el descanso real de los chóferes.
  3. Transparencia en nóminas. Que las dietas aparezcan desglosadas y claras, separadas del salario, con justificación y sin camuflajes.
  4. Revisión de convenios. Que los sindicatos prioricen esta reivindicación en las mesas de negociación, dejando claro que 50 euros ya no cubren ni la mitad de lo que cuesta un día en ruta.
  5. Campañas de seguridad vial. Que la administración vincule directamente el descanso digno con la seguridad en carretera. Dormir en cabina no solo es indigno, es peligroso.
  1. El espejo en el que mirarnos

No es tan complicado: pensemos qué aceptaríamos para nosotros mismos.

  • ¿Dormiríamos en la litera de un camión durante una semana de trabajo?
  • ¿Pagaríamos de nuestro bolsillo el déficit de dietas cada día?
  • ¿Aceptaríamos que esa dieta, que no cotiza, se presentara como si fuera parte del sueldo?

Lo que no aceptaríamos para nosotros ni para nuestros hijos no puede ser la norma para quienes llevan en sus manos la seguridad de nuestras mercancías y de nuestras carreteras.

  1. Un cierre con dignidad

El transporte por carretera sostiene la economía. Sin conductores asalariados no hay supermercados abastecidos, no hay fábricas con materia prima, no hay exportaciones. Sin embargo, los profesionales que lo hacen posible siguen durmiendo en cabinas por dietas insuficientes.

No pedimos privilegios, pedimos justicia. No pedimos lujos, pedimos dignidad. Un hotel básico, tres comidas sencillas, una dieta que cubra lo que cuesta vivir en ruta.

Mientras los convenios ignoren la realidad y las empresas se beneficien de esa inercia, la injusticia seguirá viva. Y mientras tanto, los chóferes seguirán soportando que con sus impuestos se cubran generosamente otros gastos públicos, mientras ellos mismos no tienen garantizada una cama y un plato caliente en su jornada laboral.

El sector necesita un golpe de realidad: la dignidad no se negocia, se garantiza. Y los conductores asalariados merecen, de una vez por todas, poder dormir en camas de hotel, no en cabinas.

¿Piensan así animar a que las nuevas generaciones se suban al camión o al  autobús? Este sector está en caída libre por culpa de las condiciones laborales.

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