¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí?
Hay personas que tienen doctorado en compadecerse a sí mismas. No importa si es lunes, viernes o fiesta de guardar: siempre están mal. Y lo más curioso es que quieren que lo sepas.
¿Te acuerdas de Kalimero? Ese pollito de dibujos animados con la mitad del cascarón aún encasquetado en la cabeza, que iba por el mundo lamentándose con su vocecita de pena: “¡Es una injusticia, es una injusticia!”. Pues bien, el “efecto Kalimero” ha dejado de ser un recuerdo de infancia para convertirse en una actitud viral. Y lo peor: muy contagiosa.
Porque Kalimero hoy está vivo. Se te aparece en la cola del súper, en la máquina del café de la oficina o en la comida familiar. Y siempre con el mismo repertorio: — No dormí nada. — Estoy fatal del lumbago. — Uf, qué calor tan insoportable. — El vecino otra vez con la tele a tope. — La pastilla no me hizo nada. — El médico no me entiende.
Y así, día tras día, te regalan su parte médico-emocional como quien reparte caramelos en carnaval. Pero lo curioso es que si alguna vez sí les va bien… ¡no te lo cuentan! El Kalimero no celebra. Solo sobrevive. Solo se queja. Es un mártir en prácticas.
Ahora bien… llevémoslo al terreno de la empresa. Aquí el “efecto Kalimero” muta en una versión todavía más tóxica: el trabajador-lamento.
Ese que nunca termina de entender nada (porque no quiere). Que siempre necesita que se lo repitas. Que pregunta cinco veces lo que ya está escrito en un correo que nunca leyó. Que sufre, que está saturado, que “nadie le explicó bien”, que “así no se puede trabajar”.
Y claro, cuando algo sale mal: — “A mí nadie me avisó” — “Eso lo tendría que haber hecho otro” — “Es que con esta empresa ya se sabe”
¿Responsabilidad? Cero. ¿Autocrítica? Menos. ¿Soluciones? Ni las huelen. La culpa siempre es de otro: del cliente, del jefe, del mercado, del tiempo, del horóscopo.
Son personas que creen que rendir poco y quejarse mucho es una forma válida de estar en el mundo. Que ven la exigencia como agresión. Que confunden empatía con aguantarles la murga cada día. Y que, sobre todo, viven instalados en la injusticia universal… la suya, claro.
El problema es que los Kalimeros
, si no se detectan y se aíslan (simbólicamente hablando), acaban bajando la energía del equipo, intoxicando el ambiente y boicoteando cualquier intento de mejora. Porque un Kalimero necesita que todo esté mal para justificar su rol de víctima. Si todo va bien, se queda sin guion.
Así que, ya sabes. Si tienes uno cerca, no te contagies. Escúchale si quieres, pero no le compres el drama.
Porque la vida —y el trabajo— son para quienes se arremangan, no para los que reparten excusas como si fueran octavillas de un mitin.
¡Se me tecnologizan!




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