En el sector del transporte por carretera, tanto en mercancías como en viajeros, existe un problema estructural que trasciende la relación entre empresas y conductores asalariados: la falta de unidad entre los propios trabajadores. Mientras unos luchan legítimamente por el respeto a sus derechos laborales y su categoría profesional, otros aceptan órdenes ilegales o abusivas sin cuestionarlas, sin medir el perjuicio que esto ocasiona a sus intereses y a los de sus compañeros. Esa fractura interna convierte a muchos conductores en aliados de quienes vulneran la normativa.
La coartada del “a mí me gusta conducir”
Una de las justificaciones más dañinas proviene de compañeros que, lejos de reivindicar derechos, se parapetan tras frases de falsa pasión: “A mí me gusta conducir”, “prefiero estar en la carretera antes que en casa”, “este oficio lo llevo en la sangre”, “me gusta ver mi autocar limpio”, “si tengo que alargar mi jornada, lo hago porque disfruto conduciendo”.
Esas actitudes no sólo insultan la profesionalidad del colectivo, sino que legitiman y blanquean irregularidades patronales. El trabajo de conductor asalariado no es un hobby: está regulado por leyes, convenios y derechos conquistados en décadas de lucha. Quien se ampara en la “vocación” para regalar horas extra, aceptar abusos o limpiar un vehículo tras 14–15 horas de servicio no demuestra amor por el oficio, sino sumisión. Esa aceptación se convierte en la coartada perfecta para la explotación: cuando llegue un despido, una enfermedad profesional o un accidente, la empresa no pagará devoción ni vocación; despide, sustituye y olvida.
Transporte por carretera de mercancías y viajeros: explotación silenciada
En el transporte de mercancías la dinámica es la misma. Abusos de horas extraordinarias, presiones para manipular registros del tacógrafo o el uso incorrecto de pictogramas (descanso, disponibilidad, trabajo) se normalizan con la pasividad de las plantillas. Quien denuncia queda aislado; algunos incluso aprovechan la caída de quien osó reclamar para ganar notoriedad interna.
Obligaciones fuera de la categoría funcional
En el transporte discrecional de viajeros es frecuente la imposición de tareas de limpieza al conductor tras jornadas de 14 o 15 horas. El convenio colectivo estatal y la normativa de prevención de riesgos laborales son claros: la limpieza no forma parte de las funciones propias del conductor asalariado, cuya categoría se limita a la conducción, al cuidado básico del vehículo y a labores conexas estrictamente relacionadas con la seguridad vial.
Sin embargo, la negativa a ejecutar tareas ajenas puede costar el puesto: se han dado despidos disciplinarios fulminantes, como un caso reciente en Salamanca. El resultado es doblemente injusto: la vulneración de derechos por parte de la empresa y la claudicación del resto de la plantilla, que toma la escoba en lugar de respaldar a su compañero. Es imprescindible que la Inspección de Trabajo actúe sin aviso y sancione ejemplarmente tanto a la empresa como a quienes consienten estas prácticas. La jurisprudencia ha avalado esta postura: la Sala de lo Social del TSJ de Castilla y León (2016) declaró improcedente el despido de un conductor que se negó a realizar funciones ajenas a su categoría.
Falta de reclamar lo que corresponde: nóminas irregulares y sanciones empresariales
Otro ejemplo: el veterano conductor que fue despedido tras reclamar irregularidades en su nómina —faltaban conceptos de nocturnidad, horas extraordinarias y disponibilidad— derechos recogidos en el convenio, en el Estatuto de los Trabajadores y en el Reglamento (CE) 561/2006. La empresa optó por asumir un despido improcedente con vagas excusas y sustituirlo por un joven con el carné recién obtenido, con la previsión de que éste, no reclamaría. El silencio cómplice de quienes callan y aceptan irregularidades fortalece la posición empresarial.
El dilema moral y colectivo
El problema no es sólo la voracidad empresarial: es la falta de solidaridad entre conductores. El conductor que cede ante órdenes ilegales no sólo vulnera su dignidad, sino que mina las reivindicaciones de sus compañeros y multiplica la precariedad del colectivo. Un principio básico del derecho laboral es que la fuerza del conductor reside en la acción colectiva. Cuando esta se rompe, se perpetúa la explotación.
Conclusión
El enemigo más peligroso del conductor asalariado no siempre está en los despachos: muchas veces está en el asiento de al lado, es otro conductor asalariado que acepta condiciones ilegales y traiciona la lucha común. No hay unidad; falta dignidad y conciencia de clase.
Ahora, tómate un tiempo y reflexiona: ¿a qué grupo perteneces?
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