¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí?
No fue una cena, ni un evento social más. Fue una comida entre iguales. El 24 de octubre de 2025, en el Asador Coto Real de Rábade (Lugo), celebramos la primera Ceremonia de Investidura de la Orden Melasudista, un acto que, más que un encuentro, fue una declaración de principios. Entre copas de vino y carne asada, once hombres —empresarios, directivos y profesionales liberales— sellamos nuestra pertenencia a una nueva hermandad que no se mide por títulos ni cargos, sino por valores: afouteza, lealtad y memoles.
La Orden Melasudista no nació en un despacho ni se firmó ante notario. Nació de una idea compartida: la de reconocer y agrupar a quienes seguimos en pie, a pesar del cansancio, las trabas y la mediocracia que parece haberse instalado en demasiados rincones de la sociedad. Porque el melasudismo no es una pose ni una moda: es un antídoto contra la rendición.
Tuve el honor de ser investido como Gran Maestre de la Orden. A mi lado, Ramón Santiago, productor audiovisual, asumió el papel de Segundo de la Orden, símbolo del equilibrio entre la acción y la visión. Nos acompañaron nueve caballeros fundadores que representan el mosaico real del tejido productivo de este país: abogados, ingenieros, emprendedores, comunicadores y empresarios del sector TIC y hostelero. En conjunto, reflejamos lo que realmente sostiene una nación: el trabajo bien hecho, el esfuerzo constante y la convicción de que el mérito debe volver a tener valor.
Cada uno de los once caballeros recibió su camiseta melasudista —pieza simbólica de pertenencia— y un número vitalicio que conservará para siempre. Ese número no es un adorno; es su identidad dentro de la hermandad. El uno no se repite. El dos tampoco. Cada cifra es una huella, una historia y un compromiso.
La comida transcurrió entre risas, reflexiones y una liturgia sencilla, pero con alma. El menú, sencillo pero honesto, fue el reflejo del espíritu de la Orden: auténtico, sin artificios. Croquetas caseras, mollejas doradas, mejillones al vapor, cuartos de lechazo asado y cochinillo crujiente como plato central. Pan, ensalada y buena cerveza para empezar, regados con botellas de Petirrojo y Muga, que acompañaron nuestras conversaciones sobre esfuerzo, propósito y dignidad. De postre, torrijas, milhojas, tarta de queso y helado, seguidos de café, tejas de cortesía y un brindis con Pedro Ximénez y licores varios. Todo cerrado con una sonrisa colectiva, y una cifra redonda: 872 euros pagados al contado, como símbolo de que la Orden no debe nada a nadie.
Porque en el melasudismo, como en la vida, se paga lo que se consume y se honra lo que se promete.
Y en medio de aquella sobremesa cargada de sentido, hablamos de afouteza. Esa palabra gallega que no tiene traducción exacta, pero que contiene toda una filosofía: coraje sereno ante la adversidad, valentía sin estridencias, determinación incluso cuando el miedo está presente. La afouteza es la piedra angular del melasudista. Es el temple del que se levanta una vez más cuando todo parece perdido.
Y fue entonces cuando me puse en pie, levanté la voz y pronuncié el Juramento Iniciático Melasudista, que todos los presentes repitieron, frase a frase, con la solemnidad de quien se promete a sí mismo no rendirse jamás:
Pronunciamiento Iniciático de la Orden Melasudista
“Juro por mi palabra, que es mi contrato, mantenerme firme aunque sople el viento en contra. No pediré permiso para ser libre, ni perdón por ser valiente. Trabajaré con decencia, hablaré con verdad, y actuaré con lealtad, aunque nadie mire. No envidiaré al mediocre ni temeré al poderoso. Porque sé quién soy, y porque sé que, al final, solo queda quien cumple lo que promete.
Ser melasudista es creer en la libertad individual frente al pensamiento único. Es defender la meritocracia cuando la sociedad la ridiculiza. Es honrar la palabra dada y valorar la lealtad por encima del interés. Es aceptar la imperfección sin rendirse ante ella. Es, en definitiva, vivir sin miedo al qué dirán, porque el melasudista no necesita aprobación: necesita propósito.
Cada investidura será única. Cada promoción llevará su número y su sello. Y cada caballero —sea empresario, directivo o profesional liberal— sabrá que pertenece a algo diferente: una comunidad de personas que no compiten entre sí, sino que se reconocen.
Y así, en una comida gallega sin pompa, pero con alma, nació la Orden Melasudista: una hermandad libre de egos y llena de convicciones. Un refugio para quienes creemos que el coraje y la decencia siguen siendo valores de futuro.
Pronto habrá nuevas promociones. Pero los once primeros —los que nos sentamos aquel día en Rábade— quedaremos para siempre en la historia como los fundadores de un movimiento que no se puede explicar del todo… solo se puede vivir.
¡Se me tecnologizan!




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