Si tengo que ser sincera , la verdad es que no me ha sorprendido demasiado. Llevo 29 años esperando que me lo dijera: Mamá quiero ser camionera.
Siempre le ha gustado venirse de viaje con su padre o conmigo. De pequeña no había castigo que le afectara lo más mínimo, pero si le decía que no vendría al camión, eso sí que funcionaba. Siempre que podía aprovechaba para venir conmigo. La última vez, embarazada de mi nieto, nos recorrimos Inglaterra e Italia.
Ya con el niño, sus prioridades han sido otras, lógicamente. Incluso llegué a pensar que se había olvidado del tema y encauzaría su vida laboral en otro sector. Han pasado 12 años. Y hoy, llamada de teléfono…. qué raro.. no me llama a no ser que quiera algo…mamá, quiero ser camionera. Así… sin anestesia.
En el segundo que me he tomado para contestarle, por mi cabeza ha pasado de todo: …madre mía.. ¿camionera? ¿Tiene que ser camionera? ¿No hay otra cosa más “normal»»? ¿No puede trabajar como las personas humanas normales?
Perdonad un apunte: los camioneros ni hemos sido, ni somos, ni seremos personas humanas normales para el resto de la humanidad. No creo que tenga que explicarlo ¿no?
Seguimos… Y ni corta ni perezosa me he lanzado al vacío, de cabeza: …¡¡Me parece estupendo!!
Porque a pesar de todo, me siento muy orgullosa de que haya tomado esa decisión, sin que ni su padre ni yo hayamos influido en ella en absoluto. Me siento muy orgullosa de que haga con su vida lo que le apetece y realmente quiere.
Me siento muy orgullosa de que haya aprendido que las mujeres “somos lo que queremos ser, sin excusas»». Os lo tenía que contar.
Y como el que avisa no es traidor, os aviso: Humanidad, prepárate… ¡¡Ainhoa sigue los pasos de su madre!!
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Foto: Begoña Urmeneta
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