Personas mosca, personas abeja. Opinión

Y pensé: “Ya está, aquí hay una gran verdad que vale la pena rescatar del ruido digital y ponerla sobre la mesa, también en clave empresarial”

Y pensé: “Ya está, aquí hay una gran verdad que vale la pena rescatar del ruido digital y ponerla sobre la mesa, también en clave empresarial”
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¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí?

Estaba yo surcando el mundo cibernético, como tantas veces hacemos los que nos resistimos a desconectarnos de la vida real, cuando me topé con una reflexión tan simple como demoledora. Una persona hablaba con absoluta claridad —y cierto tono cómico— sobre dos tipos de seres humanos: las moscas y las abejas. Y pensé: “Ya está, aquí hay una gran verdad que vale la pena rescatar del ruido digital y ponerla sobre la mesa, también en clave empresarial”.

Las moscas

son esas personas que, da igual lo brillante, hermoso o prometedor que sea el entorno, siempre van a encontrar el pedacito de mierda. Lo buscan con esmero, lo huelen a kilómetros, y cuando lo encuentran, se regodean en él como si les diera sentido a su existencia. La queja es su himno. El drama, su hogar. Y la culpa, siempre ajena.

En el otro extremo están las abejas. Personas que, incluso cuando las lanzas al estercolero, encuentran una flor. Buscan la belleza. Se enfocan en la oportunidad. Y, lo más importante, producen miel. No se limitan a observar el campo: lo polinizan. Son útiles. Son necesarias. Son, casi siempre, las que sacan adelante los proyectos, los equipos, las familias y las empresas.

Y aquí viene el giro, amigos tecnófilos: la diferencia entre unas y otras no es la realidad en la que viven, sino la actitud con la que la enfrentan. Y eso, aunque suene a libro de autoayuda de aeropuerto, es profundamente cierto.

En lo personal, lo he visto mil veces: hay quien entra en una habitación y automáticamente detecta lo que falta, lo que está mal, lo que “se podría haber hecho mejor”. Pero no aporta. No suma. No se arremanga. Sólo juzga. Y luego están los que entran y, sin decir una palabra, se ponen a arreglar lo que está roto, a limpiar lo que ensucia, a mejorar lo que funciona. Moscas y abejas.

En la empresa pasa lo mismo

Hay empleados y directivos que viven atrapados en el mosquismo crónico. Ven problemas donde otros ven retos. Huelen amenazas donde hay oportunidades. Y lo peor: contagian su negatividad como un virus emocional que paraliza a los demás. Son saboteadores silenciosos. Nunca levantan la voz, pero sí bajan la moral.

Y luego están las abejas corporativas

A menudo no hacen ruido. Pero trabajan. Se adaptan. Mejoran. No se quejan, se curran la solución. Son las que hacen que una pyme sobreviva a una crisis. Que un autónomo se levante tras una caída. Que un proyecto prospere cuando todo parecía perdido.

Y no, no estoy hablando de “buenismo empresarial”. No estoy diciendo que haya que sonreír mientras te hundes en la miseria. Estoy diciendo que hay que tener un radar fino para distinguir entre los que solo zumban y los que realmente polinizan.

Hay empresarios que se rodean de moscas —por miedo, por pereza o por costumbre— y terminan cubiertos de mierda, creyendo que están en el paraíso. Y hay otros que, sin hacer ruido, llenan su entorno de abejas, y acaban construyendo colmenas prósperas y dulces.

Yo, personalmente, me esfuerzo cada día por ser más abeja que mosca. Y también por rodearme de abejas: gente que aporte, que no tenga miedo al esfuerzo, que no pierda tiempo envenenando pozos ajenos mientras su propio jardín se seca.

Porque en la vida y en la empresa, ya lo dijo alguien con más retranca que yo: “Lo que buscas, lo encuentras”. Si buscas mierda, encontrarás mierda. Si buscas flores… bueno, igual terminas haciendo miel.

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