Raúl, Sergio, Alberto y Belén (nombres ficticios) son cuatro conductores profesionales con carnet D, tarjeta CAP en vigor y una experiencia que les avala. Este sábado, como muchos otros, arrancarán sus jornadas desde Salamanca con destino a Madrid.
Cada uno con un grupo distinto: escolares rumbo a la Warner, turistas al aeropuerto, jubilados a museos y familias al Zoo. Jornadas que en su hoja de servicio pueden parecer normales. Pero que, si se analiza de cerca, revelan una injusticia estructural: se les pide que trabajen más de 14 horas… pero se les paga muchas menos.
Y lo peor: no es un descuido. Es un modelo de negocio.
15 horas de jornada, 8 de espera… ¿descanso?
Tomemos el caso de Raúl. Saldrá temprano de cocheras, revisará documentación, niveles y seguridad del autocar, e insertará su tarjeta en el tacógrafo. Tras recoger a su grupo en Barajas, lo llevará al centro de Madrid, donde permanecerán unas 8 horas haciendo turismo. Raúl no estará conduciendo, pero tampoco estará en casa. Estará uniformado, con el vehículo a su cargo y en una ciudad que no es la suya.
¿Puede eso considerarse descanso? No. ¿Es legal marcarlo como tal en el tacógrafo? Tampoco. ¿Se hace? Todos los días.
La ley es muy clara: el único descanso computable durante la jornada es el de 45 minutos por cada cuatro horas y media de conducción, de obligado cumplimiento. El resto del tiempo, si no es conducción u otros trabajos (martillos) pero se está disponible para trabajar, se considera disponibilidad (según el RD 1561/1995) o presencia (según el Estatuto de los Trabajadores y el Convenio Colectivo). Ambas situaciones son trabajo no efectivo y deben retribuirse.
No es una interpretación: es legislación vigente.
De la legalidad a la trampa organizada
En la práctica, sin embargo, lo que hacen muchas empresas del sector discrecional es obligar o sugerir al conductor que registre esas horas como “descanso». Así, desaparecen del radar legal y, lo que es peor, de la nómina.
¿Qué justificación se da? Que «no se está conduciendo», que “están en Madrid de paseo», o que «si no se marca descanso no salen los turnos». Y así, semana tras semana, jornada tras jornada, se roban decenas de horas legales de trabajo al chófer asalariado, al que no se le reconoce su plena jornada.
Y aquí es donde entra la inmoralidad del sistema: esas horas no son invisibles, se hacen invisibles a propósito.
La gran trampa: competir a costa del trabajador
Las empresas de transporte discrecional compiten entre sí ofreciendo precios cada vez más bajos a colegios, agencias, asociaciones y particulares. Pero si un viaje cuesta lo que cuesta —combustible, peajes, mantenimiento, seguros, amortización de vehículos, etc.—, ¿de dónde se saca margen para ofrecer un precio aún más barato?
La respuesta es simple y cruda: del sueldo del conductor.
Como no se puede escatimar en ruedas, ni en aceite, ni en combustible, ni en seguros, se recorta de donde más fácil resulta: del bolsillo del chófer asalariado. No se le pagan las horas de presencia, ni las de disponibilidad.
Y así, el precio más bajo para el cliente no se construye con eficiencia ni innovación, sino con explotación laboral deliberada.
Juicio moral a la figura del empresario que consiente y perpetúa esta práctica
Este sistema no es fruto del azar. Es el resultado de una cadena de decisiones consciente, donde la rentabilidad de la empresa se edifica sobre la vulnerabilidad del trabajador. Es el empresario quien fija el precio del servicio. Es el empresario quien conoce o debe conocer la legislación. Y es también el empresario quien tolera, impone o alienta la manipulación del tacógrafo para maquillar los tiempos y evitar pagar lo que la ley exige.
¿Se puede llamar empresario responsable a quien basa su competitividad en robarle horas al trabajador?
¿Con qué autoridad puede exigir calidad, puntualidad y profesionalidad a sus conductores, si él mismo incumple sistemáticamente su parte del contrato?
Esto no es un fallo administrativo ni una “laguna» legal: es una estrategia deliberada. Es una forma de fraude normalizado. Las empresas se ponen de acuerdo en la estrategia y si un chófer cambia de empresa se encuentra la misma situación en las demás.
Formación obligatoria y sanción ejemplar
Urge cambiar esta cultura empresarial. Pero también es urgente actuar dentro del propio colectivo de conductores. Muchos aceptan marcar “descanso» por miedo, desconocimiento o costumbre. Pero la responsabilidad legal es personal, y el uso incorrecto del tacógrafo es una infracción grave. Marcar descanso en lugar de disponibilidad es mentir al sistema y contribuir al mantenimiento del fraude.
Por eso, proponemos:
.- Formación obligatoria y regular a todos los conductores en normativa de tiempos de trabajo y uso correcto del tacógrafo digital.
.- Sanciones directas y ejemplares a empresas que incurran en estas prácticas y a conductores que colaboren voluntariamente en falsear registros.
.- Control e inspección real, con revisiones cruzadas entre horarios de servicios, hojas de ruta y registros de tacógrafo.
Solo con un cambio de cultura —empresarial y profesional—. se podrá dignificar esta profesión.
Basta de normalizar el abuso
No estamos hablando de mejoras salariales voluntarias ni de aumentos por convenio. Hablamos de lo básico: pagar lo que la ley ya obliga a pagar. Cualquier empresario del sector sabe que debe retribuir el tiempo de disponibilidad y de presencia. Sabe que el tacógrafo tiene funciones específicas para registrarlo. Y aun así, decide no hacerlo. Porque mientras la impunidad salga más barata que el cumplimiento, seguirán robando horas sin consecuencias.
La gran pregunta no es por qué no se paga. La gran pregunta es por qué se permite no pagar.
Conclusión: el transporte justo empieza en el trato justo
El transporte discrecional es una actividad profesional, compleja y esencial. No puede seguir funcionando a base de precariedad, miedo y abuso silencioso. Si de verdad queremos dignificar esta profesión, tenemos que exigir el cumplimiento íntegro de la ley, reclamar la retribución completa por cada hora trabajada —efectiva o no— y señalar sin miedo a los que siguen robando horas mientras presumen de tarifas competitivas.
Porque competir no es explotar, y servir al cliente no debe significar pisotear al trabajador.
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